El maestro de historia económica Carlo Cipolla defendió con ahínco (tras muchas décadas de estudio) que “una persona estúpida es el tipo de persona más peligrosa que puede existir, porque el estúpido es mucho más peligroso que el malvado”. Sin tan sesudos conocimientos, el castizo refranero asegura que “es mejor un malvado que un tonto, porque un tonto quema un pueblo”. Pero si el tonto además es malvado y cae en manos de un pícaro (o de una población de pícaros), el cóctel puede resultar explosivo.

Valga como botón de muestra la siguiente historia que tiene como protagonistas al todopoderoso lugarteniente de Hitler, Adolf Himmler, y los habitantes de las Nuevas Poblaciones en Sierra Morena.

Recién acabada la Guerra Civil, en 1940, en la España de la hambruna, aterrizaron en tropel los camisas pardas vestidos con batas de científicos, enviados por el propio Reischfürher, en la provincia de Jaén.

Su misión, comprobar tal y como aseguraba la Studiengesellschaft für Geistesurgeschichte‚ Deutsches Ahnenerbe (Sociedad para la Investigación y Enseñanza sobre la Herencia Ancestral Alemana) que al norte de Jaén quedaron aislados los últimos germánicos puros, descendientes de los visigodos que colonizaron la Península a la caída del Imperio Romano.

Entre extrañados y divertidos acudían solícitos los lugareños a dejarse reconocer por los nazis. Tan solo debían dejarse tomar medidas del cráneo y del cuerpo tras haber presentado un certificado de haber nacido en Nuevas Poblaciones. Por ello recibían una paga.

Tanto por tan poco. El hambre agudizó el ingenio. Aprovechándose de la tradición secular española de bautizar a los niños con más de un nombre (el santo del día junto al de algún antepasado a honrar o el del gusto de los padres) y conchabados con el cura de la aldea (quien percibía el correspondiente diezmo), los morenos y esmirriados lugareños (tan alejados físicamente del ideal ario) obtenían tantas partidas bautismales como nombres constaban en el registro.

Milagrosamente, se multiplicó el número de gemelos y de trillizos. Los escrupulosos y meticulosos prusianos no se percataron de la celada y el mismo personaje era medido y tallado dos o tres veces.

La Sociedad publicó un importantísimo trabajo indicando que en las Nuevas Poblaciones de Sierra Morena se generaban más gemelos que en ningún otro lugar del mundo: una prueba del auge imparable de la raza aria que pugnaba por crecer en medio de la adversidad.

Esta página valdría para hacer entrar en la historia de la estupidez a esta institución si no fuera porque inspiró uno de los más crueles genocidios perpetrados por la especie humana. La Ahnenerbe (como se la conoce de manera abreviada) fue fundada en 1935 por inspiración de Heinrich Himmler (que fue su presidente) y dirigida por Wolfram von Sievers (condenado a muerte como criminal de guerra en los juicios de Nuremberg).

Entre los objetivos de esta presunta institución científica, “realizar investigaciones en antropología y arqueología con el objetivo de demostrar las teorías de la superioridad racial de la raza indogermánica del norte y divulgar sus resultados de una manera interesante al público”.

El propio Himmler, en un alarde de estulticia, decidió que la tarea de la organización encargada de aportar la esencia intelectual del nazismo se basara en las tres grandes fuentes del conocimiento: el misticismo, el esoterismo y el ocultismo, en lugar de emplear el decadente método científico propio de judíos.

La estupidez de Himmler y la Ahnenerbe no tenía límites. Su maldad tampoco.

Eduardo Costas, biólogo y catedrático de Genética