Luis Fernando, in memoriam

Luis Fernando, in memoriam

La memoria nos permite recuperar nuestros recuerdos. Sin ellos no sabríamos quiénes somos. Pero a nuestro cerebro no le importa que la información rescatada sea real; la quiere completa, sin fisuras. Por esta razón cuando los recuerdos se presentan incompletos, el cerebro los adultera y suple las lagunas por  fantasía. Es decir, reinventa una realidad acorde con nuestros esquemas mentales. De esta forma se originan los recuerdos falsos, una mezcla de realidad y ficción, auténticas entelequias en ocasiones. Investigadores españoles encontraron diferencias individuales cognitivas en la generación de recuerdos falsos y verdaderos asociadas a diferencias estructurales de conexión cerebral.

Según la investigación, los recuerdos verdaderos se asocian con un haz de substancia blanca que une hipocampo y parahipocampo y la tendencia a generar falsos recuerdos estaría ligada al montón de sustancia blanca encargada de anexionar estructuras fronto-parietales.

Pero si hay alguien en esto de atesorar recuerdos que se lleve la palma, esos son los hipertimésicos. El término «hyperthymesia«,  formado por las palabras griegas «hiper» (excesiva) y «thymesis» (recordar), hace referencia a un escaso grupo de personas  dotados con una memoria autobiográfica muy superior, que les permite recordar  la gran mayoría de las experiencias de su vida personal y acontecimientos históricos acaecidos durante el transcurso de esta. Pero esta capacidad no es producto del uso de estrategias nemotécnicas, sino que la memoria de los hiperrecordadores funciona de manera descontrolada y automática. Esta habilidad,  envidiada por algunos, puede convertir a los afectados en auténticos rehenes de su memoria, como en el cuento Funes el memorioso de Jorge Luis Borges, cuyo protagonista sucumbe por sobredosis de memoria.

Y es que “no poder olvidar”, además de requerir mucho tiempo, es insano. El ser humano necesita olvidar. Podría parecer que, con estos antecedentes, aquellos aquejados por este síndrome se ven libres del engaño del cerebro, sin embargo no es así. Por primera vez, un equipo de científicos de la Universidad de California en Irvine, EE UU, ha abordado en un estudio cómo se generan los recuerdos falsos en cerebros con HSAM, siglas en inglés, para poner de manifiesto que la gente dotada con esta memoria superior altera la realidad como el común de los mortales.

Los investigadores sometieron a 58 personas, de las cuales 20 padecían el síndrome, a una serie de pruebas para medir la distorsión de la memoria. El estudio reveló que todos utilizamos los mismos mecanismos para memorizar: reagrupación de objetos, reconstrucción de eventos con información posterior al suceso, etc. Los resultados concluyen que la competencia de la memoria no  guarda relación con la susceptibilidad para elaborar recuerdos falsos. Independientemente de la amplitud de memoria de que gocemos, nuestro cerebro nos miente a todos.

Otra curiosidad es comprobar que en estos talentos memorísticos, que recuerdan con precisión lo ocurrido cada día de la semana desde los diez años,  la supermemoria falla por debajo de esa edad. Y es que ya sabemos que, de todos los recuerdos, los de la infancia son los menos fiables. Pero incluso estos falsos recuerdos llevan un mensaje sobre nuestra identidad. Por eso, cuando perdemos a alguien con quien compartimos vivencias de esa etapa de nuestra vida, no queda otra que echar mano de ellos. Esos fragmentos de la infancia incompletos que uno no sabe si fueron narrados por otras personas o nacidos a través de la visión de fotografías nos permiten vincularnos con el pasado. En ese corta y pega de  evocación plagado de documentos sensoriales, cada uno realiza su propia reconstrucción.

Hoy, en recuerdo de mi hermano, mi mente evoca el tacto de sus manos cuando, tras los juegos infantiles, nos lavaba los pies antes de acostarnos mientras sonreía enarcando las cejas. Me lo recordó mi prima. Y ¿qué quieren? ¡Qué importa si es falso o no! Ya es mi recuerdo.

Laura Castillo Casi, enfermera y periodista