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De los japoneses criticamos que son poco creativos y en cambio unos maestros de la copia. Eso sí, las mejoran y les introducen métodos de producción que ya nos gustarían a los occidentales. Ahora bien, aunque ellos se quedan con el cliché de ser los amos de la copia, esta tendencia a imitar es algo que no nos es ajeno al género humano.

De hecho, parte de los caminos de la evolución están marcados por los fenónemos de imitación, ya sea en las pautas sociales como en las pautas de comportamiento individual. A alguien se le ocurre comportarse de determinado modo y el resto, de modo gregario, si esa nueva conducta resulta beneficiosa para la mayoría, la imita. Y ocurre no solo entre nosostros, también es un fenómeno extensible al resto del mundo animal.

Esta forma de ser podría denominarse como «pensamiento colectivo», y si lo llevamos al extremos viene a decir que en términos generales preferimos adoptar o imitar las conductas de los seres que nos rodean en lugar de tomar nuestras propias decisiones. Es decir, que en el fondo resultamos ser un pelín vagos, dejamos de lado nuestro instinto individual y nos sumamos gustosos al pensamiento de la mayoría -que a la postre resulta más cómodo-.

Un reciente trabajo elaborado por científicos británicos demuestra que los animales creamos de este modo nuestra conciencia social y que esta acaba primando sobre la conducta individual. Es decir, que todos somos presa fácil de la denominada influencia social. En principio, esta forma de conducta ha dado réditos importantes para el desarrollo de las especies: uno descubre el peligro del fuego, por ejemplo, y los demás aprenden y enseñan a sus progenies que es mejor no acercarse a él, ya que significa peligro.

Pero claro, si lo trasladamos a nuestro modo de vida cotidiano, esa influencia social puede resultar altamente perniciosa. Y si no que se lo digan a los publicistas, que lo tienen más que aprendido. Y si no compruébenlo. Su vecino o su compañero de trabajo se compra un maravilloso teléfono de última generación o adorna su cuerpo con unos trapos de auténtica lujuria. ¿Y qué hacemos? Nos dejamos llevar por la insana envidia y acudimos raudos a la tienda a vaciar los exiguos fondos de nuestras tarjetas para poseer un objeto como el del susodicho.

Y eso nos puede llevar directamente al precipicio de la ruina. Ergo, glosando las alabanzas sobre ese pensamiento colectivo, no lo glorifiquemos en exceso, porque lo social no siempre puede resultar sinónimo de éxito y copiar en exceso puede llevarnos directamente a la extinción (y si no, no hay más que ver cómo la influencia social nos ha llevado a contaminar el planeta en unos años de tal modo que podemos acabar con él).

Y ahora que les hemos amargado el día, vayan tranquilos a realizar las compras propias de estas fechas. Eso sí, dejándose llevar por su instinto y no por la concienca social que les sopla al oído «compra, compra y, a ser posible, todo lo que tenga tu vecino».