La amenaza de un tsunami también procede del exterior, no solo lo puede provocar un maremoto. Un meteorito que impacta sobre el mar, un deslizamiento de tierra, una explosión (submarina o no, natural o causada por el hombre) pueden hacer que una isla o una montaña desaparezcan bajo las aguas. El más común y documentado es el de los bruscos deslizamientos de tierra debidos a una erupción volcánica: energía que genera más energía.
Al agitar un vaso con agua, la fuerza que provocamos se reparte de manera uniforme en la superficie del recipiente. En cambio, al arrojar un grano de arroz sobre ese mismo vaso, la fuerza se concentrará en un solo punto. No se mueve toda la superficie del vaso, pero la ola que provocaremos será más alta y más violenta. Son los megatsunamis.
Tras el terremoto del Índico en 2004 (el que asoló Indonesia y Tailandia), se determinó que la energía desarrollada fue de unos 32.000 MT. Se repartió a lo largo de una gran superficie y provocó un tsunami cuyas olas no superaron los diez metros. En cambio, en 1883, en la erupción del volcán Krakatoa, la energía generada no supero los 300 MT, pero las olas pasaron de los 40 metros. Murieron más de 30.000 personas.
¿Y si cae un meteorito? La comunidad científica está dividida en torno al posible impacto de un asteroide sobre la península del Yucatán hace 65 millones de años, y si fruto de ella desaparecieron los dinosaurios.
También sujeto a la controversia, a caballo entre la leyenda y los hechos, está el final de la mítica civilización de la Atlántida. Platón la describe a través de las supuestas narraciones que le hizo de ella un viajero, Solón, que a su vez repetía lo oído a sacederdotes egipcios, y deja constancia de su desaparición en el Timeo y el Critias: “En ese momento, ¡o Solón!, realmente vuestra poderosa ciudad fue ante todos los hombres diáfana y excelente (…) Posterior al tiempo de los seísmos excesivos y de los cataclismos originados [25d] en un día y una noche terriblemente penosa, la clase guerrera vuestra, toda a la vez, se ocultó bajo la tierra, y la tierra insular de la Atlántida, de forma similar, debajo de la mar desapareció…»
También el final de la civilización cretense se sustenta en la explosión volcánica que sumergió parcialmente a Santorini y que provocó un tsunami que alcanzó Creta, asoló los puertos del litoral, destrozó las cosechas y provocó años de tal hambruna que acabó debilitando y dejando a merced de las invasiones a los arrogantes cretenses.
De lo que sí existen suficientes datos es de la explosión de la isla griega y de los efectos que produjo en el Mediterráneo. Investigadores como Zahi Hawass, presidente del Consejo Supremo de Antigüedades Egipcias, sostiene que los geólogos “nos ayudarán a estudiar cómo los desastres naturales tales como el tsunami de Santorini afectaron el período faraónico”, al presentar el hallazgo de unas piedras pómez procedentes de la isla encontrados en el Sinaí, a casi mil kilómetros de distancia.
Incluso cronológicamente, alguna de las plagas de Egipto, esas que precedieron a la marcha de los judíos de las tierras del faraón, según narran los textos bíblicos (y no hay que olvidar que la Biblia contiene innumerables datos históricos y sociológicos de la vida en Oriente Próximo en ese periodo), pudieran corresponder con efectos colaterales provocados por la explosión de Santorini.